Por Chiara San Inn
Alessandro conde de Cagliostro, ha sido una de esas figuras cuyos limites resultan borrosos, pues no se ha querido que llegara la grandeza de su labor de Iniciado y de Gran Maestro de misterios esotéricos. La santa (?) inquisición, como brazo ejecutor de la Iglesia romana, se operó para que no ocurriera, para que se le considerara un astuto ladrón. Su figura resulta por ello vituperada por mentes intolerantes que supuestamente se ocupaban de asuntos espirituales. Así que actualmente se le considera a veces el arquetipo del Iniciado, y otras se le asocia a la figura del fanfarrón que se ha buscado la vida, engañando a los demás gracias a retorcidos expedientes.
Cagliostro iba a cumplir una labor esotérica de transformación en la sociedad de su época (siglo XVIII). Él fue quién movió los hilos para acelerar el cambio que finalmente tuvo lugar con la revolución francesa.
La fuerza de su mensaje, que lanzó como pionero y a la vez como guardián de los antiguos secretos… libertad, igualdad, fraternidad… sigue siendo nuestro anhelo más profundo.
De todas formas hay interesantes biografías en la red, en la Wikipedia por ejemplo se le asocia al estafador que nunca ha sido, tal Giuseppe Balsamo… otro medio oficial que lo ha discriminado… para pensar, eh.
Todo esto nos lleva a reconocer la inevitabilidad del querer juzgar, de la subjetividad detrás de cada palabra y por lo tanto de sentirnos portadores más o menos inocentes de la verdad, de nuestra verdad. Si nos miráramos dentro, sabríamos en que confiar.
No quiero aquí escribir una defensa en favor de Cagliostro, no la necesita, pero quiero hacer hincapié en el hecho de creernos todo sin poner filtros. Cualquier frase que aparece en cualquier medio de comunicación la asumimos como verdad absoluta.
Nos lo tragamos todo, básicamente.
El director y escritor italiano Pier Paolo Pasolini aborrecía la televisión, pues ya nos decía durante una entrevista televisada en la década de los setenta del siglo pasado:
«La televisión es un medio de masa que enajena. No puedo decir todo lo que quiero aquí porque vendría acusado de vilipendio por el código fascista italiano. Ante la ingenuidad y la inexperiencia de ciertos espectadores prefiero autocensurarme (…). En el momento en el que alguien nos escucha en un video tiene hacia nosotros una relación de inferior a superior, que es una relación terriblemente antidemocrática (…). Por lo general las palabras que «caen» de un video, caen siempre desde lo alto, incluso las más verdaderas y sinceras (…)»
Pasolini ya sabía que quién podía comunicarse a través de la televisión venía considerado como portador de la verdad absoluta. Ante la pantalla nuestra voluntad y nuestro juicio vienen anulados.
Anuncios, reportajes de guerra de lugares desconocidos con nombres impronunciables, noticias aproximadas, nombres inventados, fechas, temperaturas y lugares equivocados todo se contradice y a la vez se reafirma en el gran mercado de la palabra. Todo, lejos de nuestras vivencias personales y por ello filtrado por los juicios más o menos inocentes de quién nos transmite una noticia, es absolutamente aproximativo.
Ante nuestra pereza vital, quizás nos quede salir fuera a la calle y descubrir que es el mundo.
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